No se habla de otra cosa, bueno sí, en realidad los que vivimos en Madrid alternamos entre los dos temas de conversación que se han convertido tristemente en el pan nuestro de cada día: La Tercera Ola (con su correlato de muertes, contagios y vacunas) y La Ola Blanca que nos ha traído esta tormenta loca con sus fríos, nieves y resbalones, que parece que ha decidido quedarse una temporada okupando nuestras calles como nadie recuerda que haya sucedido antes y sin que los expertos se atrevan a predecir cuándo se derretirá esta nieve que nos tiene encerrados en casa. Como consecuencia del doble encierro -confinado y sin poder sacar la moto por la nieve acumulada-, ando por los rincones como un alma en pena sin saber dónde quejarme ni cómo desahogarme y así al llegar al cuarto día sin afeitarme decido dejarme la barba; la cosa empieza con la pereza y acaba con la curiosidad de saber cómo me la afeitaré cuando se pueda salir a la calle; recuerdo una película en la que el bueno, ya entradito en años, se dejaba afeitar con navaja por una señora estupenda, sólo me ha quedado guardada esa escena y no recuerdo nada más de ella, también tengo en la memoria esa otra de Warren Beatty en la que hace el papel de un peluquero que se finge un poco sarasa y acaba haciéndoles de todo a sus clientas y cuando un amigo le recrimina su conducta él dice la frase memorable: “es que son todas tan guapas y huelen tan bien”; confieso que eso de afeitarse la barba de muchos días los hombres y depilarse el pubis las mujeres siempre me ha intrigado, si dará tirones, si se llegará bien a todos los rincones, si se irritará, …. En estas ensoñaciones estoy cuando recibo a través del teléfono una dulce sugerencia: “en vez de tanto quejarte, por qué no escribes un poco en tu blog que lo tienes bastante olvidado”. No sé bien si con punto de interrogación o con voz ejecutiva de mando.

Nada más lejos de mi intención que querer sentar cátedra ni generar confusión en cualquiera de los dos temas enunciados anteriormente, los de las olas, no los de las depilaciones; más adelante quizás y haciendo una pirueta haré un leve comentario referenciado a cada uno de ellos, lo que si voy a hacer es aprovechar la oportunidad de la presencia del sustantivo OLA para hablarles de otra ola más antigua que tuvo una gran influencia cultural en el pasado, habrán adivinado, porque además estarán viendo ya la imagen, que me refiero a La Gran Ola de Kanagawa, estampa del artista nipón Katsushika Hokusai que es uno de los símbolos más celebrados de la cultura japonesa y que esconde una fascinante historia.

Voy a tratar de resumir acontecimientos para ir al grano del motivo que nos ocupa. A mitad del siglo XIX, Japón se hallaba aislado del resto del mundo casi por completo, parece ser que sólo había ciertos contactos con el archipiélago a través de unos pocos comerciantes holandeses y alguno amagos de incursión de los misioneros jesuitas, tal y como nos lo cuenta Timothy Brook en el libro El sombrero de Vermeer, que ya había comentado en otra entrada anterior, y en el año 1868 con la subida al trono del emperador Meiji tiene lugar lo que se conoce como la Restauración Meiji, en la que sus líderes actuaron en nombre de restaurar el dominio imperial para fortalecer a Japón frente a la amenaza de ser colonizado representada por las potencias coloniales de la época, poniendo fin a la era conocida como Sakoku. (la política de relaciones exteriores, de unos 250 años, que prescribía la pena de muerte para los extranjeros que entraran o los japoneses que abandonaran el país).

La palabra Meiji significa gobierno ilustrado y el objetivo era combinar los avances modernos con los valores tradicionales orientales. Este período también vio a Japón cambiar de ser una sociedad feudal a tener una economía de mercado y dejó a los japoneses con una influencia persistente de la modernidad; ese mismo año, se suspendió el koban, su antigua moneda de oro ovalada. La Restauración provocó enormes cambios en la estructura política y social de Japón, el país se industrializó rápidamente y adoptó las ideas y métodos de producción occidentales. Los japoneses sabían que estaban detrás de las potencias occidentales cuando el comodoro estadounidense Matthew C. Perry llegó a Japón en 1853 en grandes buques de guerra con armamento y tecnología que superaban con creces a los de Japón con la intención de concluir un tratado que abriera los puertos japoneses al comercio.

El caso es que Japón se abrió entonces y se derramó por todo el resto del mundo; entre sus derramas, llegaron a Europa las famosas Estampas Japonesas, que hicieron furor sobre todo en París entre los pintores impresionistas. Van Gogh fue uno de los principales admiradores, y de todas esas estampas con las que inundaron occidente, La Ola de Kanagawa, es, sin duda, el icono de esta invasión y tal vez sea la estampa más popular de la historia del arte. La gran ola de Kanagawa a punto devorar dos barcazas con el monte Fuji como testigo en el horizonte ha sido reproducida en todo tipo de soportes y decora paredes, camisetas, neveras y hasta brazos o piernas en todos los rincones del planeta. Forma parte de una serie de vistas del monte Fuji, que aparece en casi todas ellas, aunque en esta le cede el protagonismo a la Ola y queda oculto al fondo, detrás de las dos barcazas a punto de zozobrar. Toda la obra es un prodigio de simetría simbólica. Varios estudios parecen confirmar que el artista usó la sección áurea y la sucesión de Fibonacci para organizar los elementos de la estampa de tal forma que, subconscientemente, el espectador sienta una irresistible atracción sobre la obra. La elección del azul Prusia para dominar cromáticamente la composición fue otro de los hallazgos de Hokusai. Por último, los detalles de la espuma y el cielo plomizo contribuyen a mantener el equilibrio cromático en el resto de la estampa. Los historiadores del arte han querido ver a la monstruosa ola como una metáfora de la llegada de las potencias extranjeras a Japón que, con su mayor poderío político y militar, serían capaces de doblegar la cultura tradicional nipona. No olvidemos que estamos en la primera mitad del XIX, época en la que Japón se debatía entre la apertura al exterior —que cristalizaría a partir de 1868 con la denominada era Meiji— y el aislamiento ante los cantos de sirena que llegaban de Europa.

Pero no sólo son los impresionistas los pintores que se dejan seducir por la estampa japonesa, los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX, son testigos del nacimiento de diversas corrientes artísticas, las vanguardias, que se revelan con mayor énfasis contra el academicismo, quieren romper con lo anterior, buscan un lenguaje propio, revolucionan los colores, la perspectiva y la composición, y se vieron influenciados, entre otras cosas, por esas sencillas estampas orientales, de contornos definidos y colores planos. Es muy fácil acordarse de La Gran Ola viendo los remolinos de los cuadros de Van Gogh, de La noche estrellada, por ejemplo.

De entre todos esos movimientos voy a comentar sólo algunos rasgos de uno de ellos: el movimiento expresionista que se manifestó sobre todo en Alemania, un fenómeno nacional reflejo de la situación que se vivía en el imperio a comienzos del siglo XX, donde las diferencias sociales se acentuaban en contradicción con la modernidad y los ideales de gloria, individualidad y supremacía propios de la nación teutona. Más que una serie de características comunes entre los artistas, el expresionismo se manifiesta mucho más como la expresión de la percepción de un grupo de jóvenes cuya generación negaba las estructuras sociales, políticas y económicas imperantes en el sistema gubernamental de Guillermo II. Es pues una reacción ante la situación de los años que preceden a la Primera Guerra Mundial, un arrebato contra el orden establecido, una corriente que responde a las cargas sociales, pero también a las inquietudes propias del artista como individuo, pues si bien hay características compartidas, cada quien tendrá un sentido propio para su producción. Mas que un estilo es una dirección, rompe con las leyes de la perspectiva, de la exactitud física y de los colores, para ellos la abstracción y la expresión constituyen un matrimonio fáustico.

Tampoco fue éste un movimiento homogéneo, sino de gran diversidad estilística: hay un expresionismo modernista (Munch), fauvista (Rouault), cubista y futurista (Die Brücke), surrealista (Klee), abstracto (Kandinsky), etc. Fue en realidad un movimiento cultural que se plasmó en un gran número de campos: artes plásticas, arquitectura, literatura, música, teatro, danza, fotografía, cine, etc.

En realidad, hunde sus raíces en el pasado (Grünewald), pero se le atribuyen unos comienzos preliminares representados por el belga Ensor, el de las máscaras, y el noruego Munch, el de los gritos. Además de los dos anteriores, Van Gogh fue para los expresionistas figura central decisiva y casi todos sucumbieron a su influjo. El expresionismo es una deformación de la realidad expresándola de forma más subjetiva.

El expresionista no ve, contempla; es un espíritu creativo no reproductivo; conforma la imagen del mundo a su voluntad, la realidad es ante todo una creación de sus visiones. No crea la impresión de fuera si no la expresión de dentro. Los expresionistas creyeron que debían captar los sentimientos más íntimos del ser humano.

La angustia existencial es el principal motor de su estética. Los artistas se aproximan al objeto de forma libre e intuitiva, yendo más allá de la descripción fisonómica rompen con las estructuras establecidas, se rescata al objeto desde la visión del propio sujeto.

El instinto creativo como factor inicial genera un sistema de pensamiento, el artista debe tener la capacidad de mostrar lo interior de las cosas a través de su exterior; tiene la libertad de deformar (o formar) su apariencia natural porque lo que le interesa es expresar sentimientos. ¡Qué importa mi sombra¡, decía Zaratustra, y siguiendo los dictados de Friedrich Nietzsche que fue su filósofo idolatrado, escaparon de las sombras de las reglas académicas de la construcción artística de formación burguesa y del recurso al vestuario del academicismo.

Es imposible abarcar en pocas líneas la magnitud de este movimiento, haciendo una simplificación podemos destacar dos grupos principales con nombre propio, en el Norte (Dresde y Berlín): El puente; en el Sur (Munich): El Jinete Azul. No están todos los que son ni son todos los que están, pero no habría espacio en esta entrada para profundizar en ello.
En el caso de El Puente (Die Brücke) podría hablarse de una unión de artistas que trabajaron y temporalmente vivieron juntos, reunidos en Dresde entre 1905 y 1913. Estos artistas no reflexionaban tanto sobre su propio quehacer o sobre sus metas artísticas, se trataba solamente de plasmar por medio de imágenes las experiencias sensoriales y las impresiones visuales. (Ernst Ludwig Kirchner, Erich Heckel, Karl Schmidt-Rottluff y Fritz Bleyl, Max Pechstein, Otto Müller y, durante unos meses, Emil Nolde).

En cuanto a El Jinete Azul (Der Blaue Reiter), por el contrario, no fue un nombre escogido por los propios artistas, se trata más bien del título de un almanaque editado por dos de ellos (Kandinsky y Franz Marc). El origen de tal término es al mismo tiempo característico de este grupo mucho más intelectual y plagado de manifiestos y declaraciones escritas. (Max Beckmann, August Macke, Franz Marc, Oskar Kokoschka, Otto Dix, Vassily Kandinsky). Si bien hubo algunos esfuerzos por propiciar un acercamiento entre grupos –por parte de Erich Heckel y Franz Marc– las contradicciones artísticas internas lo impidieron. Y es que, a pesar de poseer contextos similares, las diferencias entre grupos no pueden ser ignoradas.

Tras el fin de la Gran Guerra, el surgimiento del nazismo significó para los artistas expresionistas un duro golpe. Su arte –junto con las otras vanguardias– fue considerado degenerado e inmoral, se lo vinculó al comunismo y se lo tachó de feo e inferior, un reflejo de la decadencia que imperaba en el arte moderno. En 1937, luego de cuatro años en el poder, el Partido Nazi organizó una exposición a la que llamó precisamente Entartete Kunst (Arte Degenerado) que reunía la obra de artistas como Klee, Kandinsky, Kokoschka, Nolde, Kirchner y Beckman y cuyo objetivo era, según el propio catálogo, revelar las intenciones detrás de este movimiento y las fuerzas de corrupción que le motivaban.

Todo lo anterior viene a cuento de la exposición que les voy a comentar. Estuve visitándola durante las navidades, con una amiga forastera de las de toga y pluma inteligente, con la que compartí comentarios de cuadros y libros y además me invitó al aperitivo. La muestra, bajo el título de Los expresionistas alemanes, va a estar hasta el 14 de marzo en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid; les recuerdo que hay que ir con cita previa y con mascarilla, por supuesto.

Se trata de una muestra que han tenido que organizar a raíz de los cierres del museo el año pasado con motivo de la pandemia y la posterior apertura y reprogramación. Podíamos decir que se trata de una “ropa vieja” haciendo uso del símil culinario, pero de una ropa vieja de tres estrellas Michelin. Se presentan casi un centenar de obras de las cuales, más del ochenta por ciento pertenecen al propio museo, a las dos colecciones, e incluso algunas obras cedidas por otros miembros de la familia Thyssen. La exposición se ha organizado bajo el manto de los actos conmemorativos del centenario del nacimiento del Barón en el año 1921. Sin profundizar demasiado en la historia de la colección Thyssen, esta fecha es importante para conocer algunas de las razones que le impulsaron al Barón a continuar la colección de arte heredada de su padre y comprar, sobre todo, pintura contemporánea en general y expresionistas alemanes en particular, como una forma de contribuir a la reparación del daño causado por los nazis por aquella declaración de “arte degenerado” y desmarcarse de paso de la rama de la familia Thyssen que simpatizó con el dictador.
Les traigo a continuación varias de las obras expuestas y alguna más de propina, con unos comentarios personales:

Empiezo por la acuarela de Emil Nolde, que puede considerarse como la primera adquisición que hizo el Barón en esta línea, en la que vemos algunos de los rasgos apuntados, el color, la planitud, los contornos, la ambigüedad en suma de esta Joven Pareja.

Van Gogh fue para los pintores expresionistas figura central y decisiva y casi todos ellos sucumbieron a su influjo. Bueno, les traigo este cuadro que es uno de los que más me gustan del museo, Les Vassenots en Auvers, no les doy muchas razones porque no se trata de explicar si no de las sensaciones que produce.

Vassily Kandinsky y su novia Gabriele Münter, pasaron un periodo de estudio del arte popular, pintando cerámica y otras cosas más, practicando con el empleo de colores planos y contornos en negro, en la localidad de Mornau en la que pintaron muchas escenas sencillas que nos recuerdan a esa Calle de Vermeer. Luego hablaré un poco más de Vassily.

Otto Mueller, con los Dos desnudos femeninos en un paisaje, aparece en la muestra un poco arrinconado, en mi opinión; el pintor impregnó toda su obra de estos desnudos femeninos tan ingenuos y tan naturales, que tienen una gran fuerza interior y dan una imagen de la mujer muy distinta, aunque sean poco conocidos.

Este cuadro es otro icono de la colección permanente del Museo, en la obra: Metrópolis de George Grosz, pintada en Berlín en plena guerra, que representa una visión alegórica e inquietante de una sociedad encaminada a su propia destrucción, podemos encontrar muchos de los rasgos a los que aludía antes sobre el expresionismo. Por añadir algo más y cómo les anunciaba al comienzo, a mi me sugiere una imagen de la pandemia, del contagio, de la multitud, del final del confinamiento, de tantas angustias….

Cómo no vamos a recordar la Iglesia en Auvers de Van Gogh, al contemplar esta Casa de la esquina de Ludwing Meidner. El movimiento expresionista estuvo presente y se abrió a todos los campos del arte, su influencia en la arquitectura ha perdurado en el tiempo, desde la Pedrera de Gaudí en Barcelona, hasta la Casa danzante de Vlado Milunic y Frank Gehry en Praga, pasando por la famosa frase de Sullivan que impregna toda la arquitectura moderna: la forma sigue a la función.

Esta es la última pintura que les traigo, Quappi con suéter rosa, no es la que cierra la exposición, sólo es la que cierra la reseña de esta visita al museo; ya les hablé de Quappi hace tiempo en otra entrada comentando una exposición de su marido el pintor Max Beckmann; es otra de mis pinturas favoritas del Museo.

Este cuadro de Kandinsky no está en la muestra comentada, es la propina de la que les hablaba, y es que, dentro de ese espíritu de las sensaciones interiores y las sinestesias y otras gaitas, me ha recordado que, con el nombre de esta composición: Improvisación 19, el pintor, al improvisar estaba vaticinando la pandemia, al igual que Grosz con su Metrópolis.
No me puedo resistir al hablar de Kandinsky recomendarles su libro: De lo espiritual en el arte. Publicado en 1911, con no más de 90 páginas es el primero y el más publicado y traducido de los textos teóricos del pintor; constituye un discurso estético que desembocaría en la práctica de la abstracción no figurativa; en este sentido, el libro se propone esencialmente despertar la capacidad de captar lo espiritual en las cosas materiales y abstractas, capacidad que intuía básica para la pintura del futuro y con posibilidades de hacer realidad innumerables experiencias. Pero no se trata, como podría pensarse, de un libro programático, pues no pretende en absoluto apelar a la razón y al cerebro. Aunque se expresa en un lenguaje de claras resonancias orientales, lleno de analogías, y suele resolver las dificultades de la expresión escrita por medio de asociaciones sensoriales y lingüísticas, el texto ostenta un estilo impecable y ha acabado ejerciendo, gracias a su gran poder comunicativo, una influencia profunda e indiscutible.

Con ser importante el libro anterior, el que de verdad les quiero recomendar es Berlín Alexanderplatz, una novela urbana de Alfred Döblin, que fue un médico especializado en enfermedades nerviosas y escritor próximo a los movimientos antiburgueses y que tuvo una buena relación con Kirchner y los pintores de El Puente, constituyendo un nexo de unión entre ellos y la revista radical Sturm. Publicada en el 1929 y con más de 400 páginas, su éxito es extraordinario y, en pocos años, alcanza cuarenta y cinco ediciones y se traduce a varios idiomas. La novela se consideró una exaltación de Berlín, ciudad que el autor, por su profesión de médico, conocía muy bien. Los ojos del escritor (y sus cuadernos) registran todos los detalles de la geografía berlinesa, pero como narrador omnisciente, interviene en la acción y comenta lo que ocurre. Fondo y forma se funde en un libro desconcertante y abierto a la interpretación. Berlín Alexanderplatz se considera una novela moderna por muchos aspectos: no solamente por la ruptura con el carácter tradicional de héroe y con la estructura cronológica de relato, sino también por el uso de nuevas maneras de narrar (monólogos interiores, combinación de distintos niveles de lenguaje y puntos de vista…) y por el constante uso del collage intertextual (mezclando textos de canciones, titulares de los periódicos, transcripciones de sonidos, etc.).La historia se sitúa en el barrio de clase obrera, Alexanderplatz, en el Berlín de los años 20, y empieza con la salida de la cárcel de un recluso del que describe su lucha y su desdicha al intentar buscar por los submundos de Berlín un futuro y su intención de convertirse en un hombre nuevo. Lectura muy interesante, sobre todo para los que conocen la ciudad.

Ayer por la tarde, cuando estaba cerrando esta entrada me avisó un buen amigo muy interesado en estos temas de pintura contemporánea, de que en el Museo Thyssen de Madrid, han organizado unas conferencias online sobre el expresionismo alemán los miércoles por la tarde. No sé si están abiertas a todo el mundo, en su web se puede consultar si alguno estuviera interesado.